
Dicen que a lo largo de la vida se tienen varios amigos. Algunos pasajeros, otros más duraderos. Algunos verdaderos, otros que te traicionan a la primera de cambio. También dicen que los verdaderos se pueden contar con los dedos de la mano. Y qué cierto es. Hoy, mirando con perspectiva toda nuestra vida, nos damos cuenta de que nuestra mejor amiga siempre fuiste tú. Las personas que nunca han tenido mascota no pueden entenderlo, pero tú, sin ni siquiera poder hablar y poner palabras a tus sentimientos, nos demostraste cada día de tu vida lo mucho que nos querías. Y no era un amor cualquiera. Se trataba de un amor puro, de los que no duelen, de los que solo entregan sin esperar recibir nada a cambio.
Tenemos que reconocer que aunque sabemos perfectamente que a ti te gustaría que ahora mismo estuviéramos con una sonrisa en nuestra cara, no podemos evitar que las lágrimas se escapen de nuestros ojos. Cuando te fuiste, sin duda, uno de los peores días de nuestra vida. Ahí estábamos, en
el veterinario, tú respirabas tranquila y nos mirabas. Con esa dulce mirada que ni siquiera perdiste en tus últimos momentos de vida. Nos mirabas agradeciéndonos la vida que te habíamos dado. Tu mirada lo decía todo.
Ahora solo puedo echarte de menos, nada ni nadie puede llenar este vacío que has dejado. Ahora solo nos queda tu recuerdo, un recuerdo que llevaremos con nosotros hasta el final de nuestros días. Porque para ese entonces, nos volveremos a encontrar. Espéranos en el cielo.
Gracias, mi ángel de la guarda.
Te Amamos mi niña bonita.